Reflexiones sobre brechas generacionales y educación.

Por Mtro. Christian Federico Rábago Ramírez, UNIVA León

Formación“¿Qué es lo que pasa con esta juventud, que parece no preocuparse por las cosas verdaderamente importantes de la vida?”

Esta pregunta que parece tan actual, tan vigente, está presente a lo largo de la historia de la humanidad, en todas las culturas. Desde una perspectiva de experiencia, la juventud tiende a prácticas y actitudes aparentemente imprudentes, irreflexivas.

Las brechas generacionales se han vuelto cada vez más visibles, lo que lleva a generar la percepción de que estas son mucho más profundas. ¿Cuáles son las cusas de estas cada vez más notorias diferencias en las prácticas y las formas de pensar de grupos sociales diferenciados por la edad?

Es importante establecer que las generaciones tienen, efectivamente, formas distintas de ver el mundo y de comportarse, de adaptarse a los cambios contextuales que se dan naturalmente con el paso del tiempo: el desarrollo de las sociedades, desde nuevas posibilidades económicas, descubrimientos, propuestas, modas, formas de diversión, son asimilados de forma distinta por las personas no tanto por su edad como por los valores que profesan.

Y ahí es donde radica un factor importante en la brecha: la escala de valores, que siempre está en constante movimiento, es muy diferente entre padres e hijos.

Cabe aquí aclarar que, contrario a ciertas expresiones coloquiales que se escuchan particularmente entre las personas de más edad, y que refieren una desaparición de los valores, lo cierto es que estos no pueden simplemente no existir: todas las personas tienen valores, elementos que guían nuestras decisiones y que constituyen referencias importantes para nuestro actuar cotidiano. No se trata necesariamente de principios acatados desde una voluntad consciente, pero no por ello dejan de estar presentes al momento de establecer el rumbo de nuestras acciones.

Sin embargo, cuando vemos a los jóvenes proceder de tal forma en la que parecen ignorar aquello que para nosotros es valioso, tendemos a pensar que carecen de estructura valoral, cuando lo que en realidad sucede es que nuestra estructura es diferente de la de ellos, otorgando mayor importancia a principios que nosotros no consideraríamos en primer lugar.

Un ejemplo de esto puede ser el valor del esfuerzo. Las generaciones del mundo análogo le damos una relevancia importante al trabajo realizado para obtener algún resultado, incentivando de esta forma a inversión de tiempo y energía en la búsqueda del cumplimiento de una tarea, o la consecución de un logro. Con el advenimiento de la tecnología digital todo esto cambió, ya que se acceder a los mismos resultados de forma mucho más fácil y rápida: antes teníamos que buscar respuestas en las bibliotecas; hoy la inteligencia artificial puede resolver nuestras cuestiones de forma casi inmediata. El esfuerzo como baluarte de eficiencia pierde sentido ante la eficacia de los resultados. Algo similar sucedió décadas atrás con la aparición de las calculadoras portátiles. A muchos maestros nos cuesta mucho trabajo comprender este cambio de paradigma en el que, para los estudiantes, el esfuerzo invertido en su desempeño académico no resulta tan relevante como el tiempo empleado en ello, o la emoción que pueda generarles.

Como vemos, la tecnología juega un papel fundamental en la visibilización de brechas generacionales. No sólo porque su avance vertiginoso nos reta a estar constantemente actualizándonos, sino porque con la aparición de un nuevo gadget, o una nueva app, hay un cambio en la forma de comprender la realidad, y por ende de estar en el mundo.

Ya no se trata solamente de la transformación cultural que significó a nivel global la aparición de la World Wide Web, posibilitando no sólo el acceso a incontables bases de datos y fuentes de información, sino también, y sobre todo, el establecimiento de redes de comunicación inmediata, en la que los mensajes fluyen en tiempo real, y los acontecimientos pueden ser conocidos al instante mismo en el que están sucediendo. El tiempo y el espacio cambiaron para siempre, y con esto, la forma en la que construimos nuestras relaciones interpersonales. Para hablar con nuestros amigos ya no es necesario vernos en un punto físico, o marcar un número telefónico: para ello tenemos redes sociales digitales que nos mantienen constantemente informados -querámoslo o no- sobre la vida de nuestros conocidos, y no tan conocidos. Y así, la concepción del valor de la intimidad también cambia.

La educación institucional se encuentra en crisis desde la aparición del internet, precisamente porque el acceso a la información y la aparición de plataformas mediáticas lleva a replantear el papel de los modelos tradicionales de educación: las escuelas ya no pueden ser solamente centros de información o capacitación, porque si de obtener conocimiento o aprender a hacer algo se trata existen miles de fuentes en YouTube, Instagram, TikTok, y cualquier plataforma nueva que surja en los próximos años… meses. Y entrar a esos espacios, con sus lenguajes específicos y sus ritmos de interacción, es muy difícil de hacer para quienes tenemos escalas de valores que contrastan con los contenidos que ahí se generan.

¿Entonces, cómo establecer puentes intergeneracionales? La apuesta debe partir de una revisión personal de nuestro propio contexto, nuestro sistema de valores, identificando nos sólo lo que nos es prioritario e importante, sino también aquellas áreas de oportunidad que pueden ser confrontadas por la visión de las generaciones más jóvenes. También es fundamental tener apertura e interés por las manifestaciones culturales en las que están inmersos, dejando de lado en la medida de lo posible nuestros juicios a priori, así como las expectativas sin sustento. Conocer antes de juzgar, y así poder tener una visión crítica de estos espacios que antes nos resultaban distantes o ajenos. A partir de ello, podemos acercarnos de una forma mucho más empática, posibilitando una mejor comprensión tanto de las prácticas como de los valores de las nuevas generaciones. Así, las generaciones más experimentadas pueden aportar vivencias y conocimientos que enriquecerán las interacciones y procesos personales de los jóvenes, incidiendo en su formación, más allá de la simple instrucción.

 

López Calva, M. (2007). Más allá de la educación en valores. Ciudad de México: Trillas.

Scolari, C. (2022). La guerra de las plataformas. Del papiro al metaverso. Barcelona: Anagrama.